El 17 de Abril de 2014. O sea, la semana pasada, nos dejaba una figura icónica de la literatura universal. Uno de los orgullos de la literatura latinoamericana, y de la literatura hispanohablante (Con el permiso de Cervantez, claro). Un 17 de Abril de 2014, una novela lloraba en algún rincón. Ese día, no encontraba lector alguno. Ese día, alguien encontraba rastros de sangre en la nieve, y vivía cien años de soledad en tan solo 24 horas.
Lo cierto es que más allá de que seguramente -como pasa siempre -la muerte de un autor, puede ser también su mejor publicidad (Hecho lamentable, debería valorarse a los artistas mientras viven, aunque García Marquez haya logrado un tremendo reconocimiento) yo, espero que se lucre lo menos posible con la muerte de este señor, que pese a no ser de mis autores preferidos, uno no puede menos que admirarse de tan tamaña carrera literaria. Podría colgar por acá una frase para terminar de ilustrar este pequeño homenaje en mi blog, pero no lo voy a hacer. Prefiero dejarles un relato, que puede ilustrar en forma mejor y más completa esta publicación dedicada a su memoria. Porque García Marquez no es solo un par de frases bonitas, ni es simplemente un ganador de un nobel; Gabriel García Marquez es un icono, es un escritor influyente, pero es por sobre todas las cosas, su talento, y su propia memoria. No nos olvidemos que su memoria vive en sus historias, y es por eso que he elegido para cerrar este homenaje el cuento Ladrón de Sábado, de su autoría.
Y así llego al fin de esta publicación semanal, y de este humilde homenaje. La semana que viene, seguiremos leyendo poesía de la pluma de algún rockero, por ahora, los invito a leer algo de García Marquez, y deleitarse con su narrativa. ¡Enorme saludo!
Ladrón de Sábado
Hugo, un ladrón que sólo roba los fines de semana, entra en
una casa un sábado por la noche. Ana, la dueña, una treintañera guapa e insomne
empedernida, lo descubre in fraganti. Amenazada con la pistola, la mujer le
entrega todas las joyas y cosas de valor, y le pide que no se acerque a Pauli,
su niña de tres años. Sin embargo, la niña lo ve, y él la conquista con algunos
trucos de magia. Hugo piensa: «¿Por qué irse tan pronto, si se está tan bien
aquí?» Podría quedarse todo el fin de semana y gozar plenamente la situación,
pues el marido -lo sabe porque los ha espiado- no regresa de su viaje de
negocios hasta el domingo en la noche. El ladrón no lo piensa mucho: se pone
los pantalones del señor de la casa y le pide a Ana que cocine para él, que
saque el vino de la cava y que ponga algo de música para cenar, porque sin
música no puede vivir.
A Ana, preocupada por Pauli, mientras prepara la cena se le
ocurre algo para sacar al tipo de su casa. Pero no puede hacer gran cosa porque
Hugo cortó los cables del teléfono, la casa está muy alejada, es de noche y
nadie va a llegar. Ana decide poner una pastilla para dormir en la copa de
Hugo. Durante la cena, el ladrón, que entre semana es velador de un banco,
descubre que Ana es la conductora de su programa favorito de radio, el programa
de música popular que oye todas las noches, sin falta. Hugo es su gran
admirador y. mientras escuchan al gran Benny cantando Cómo fue en un casete,
hablan sobre música y músicos. Ana se arrepiente de dormirlo pues Hugo se
comporta tranquilamente y no tiene intenciones de lastimarla ni violentarla,
pero ya es tarde porque el somnífero ya está en la copa y el ladrón la bebe
toda muy contento. Sin embargo, ha habido una equivocación, y quien ha tomado
la copa con la pastilla es ella. Ana se queda dormida en un dos por tres.
A la mañana siguiente Ana despierta completamente vestida y
muy bien tapada con una cobija, en su recámara. En el jardín, Hugo y Pauli
juegan, ya que han terminado de hacer el desayuno. Ana se sorprende de lo bien
que se llevan. Además, le encanta cómo cocina ese ladrón que, a fin de cuentas,
es bastante atractivo. Ana empieza a sentir una extraña felicidad.
En esos momentos una amiga pasa para invitarla a comer. Hugo
se pone nervioso pero Ana inventa que la niña está enferma y la despide de
inmediato. Así los tres se quedan juntitos en casa a disfrutar del domingo.
Hugo repara las ventanas y el teléfono que descompuso la noche anterior,
mientras silba. Ana se entera de que él baila muy bien el danzón, baile que a
ella le encanta pero que nunca puede practicar con nadie. Él le propone que
bailen una pieza y se acoplan de tal manera que bailan hasta ya entrada la
tarde. Pauli los observa, aplaude y, finalmente se queda dormida. Rendidos,
terminan tirados en un sillón de la sala.
Para entonces ya se les fue el santo al cielo, pues es hora
de que el marido regrese. Aunque Ana se resiste, Hugo le devuelve casi todo lo
que había robado, le da algunos consejos para que no se metan en su casa los
ladrones, y se despide de las dos mujeres con no poca tristeza. Ana lo mira
alejarse. Hugo está por desaparecer y ella lo llama a voces. Cuando regresa le
dice, mirándole muy fijo a los ojos, que el próximo fin de semana su esposo va
a volver a salir de viaje. El ladrón de sábado se va feliz, bailando por las
calles del barrio, mientras anochece.